Sabemos que las separaciones son procesos complejos. Cuando un matrimonio/pareja decide poner fin a su relación, por mucho que haya sido una decisión consensuada y llevada de la manera más pacífica (que sería el mejor de los escenarios y el ideal a nivel psicológico), separarse de alguien con quien ha compartido un tiempo de su vida supone atravesar un proceso de duelo más o menos costoso.
Este proceso se vuelve aún más complicado cuando las personas que se separan tienen hijos/as en común, porque no sólo tienen que aprender a reestablecer sus rutinas, hábitos, etc. como adultos, sino también a manejar las inquietudes de la descendencia sin olvidarse de continuar actuando como un «equipo educador» en la medida de lo posible. Hablamos sobre ello en nuestro post anterior, por si consideras útil echarle un vistazo.
Por supuesto, cuando se produce una separación/divorcio cabe pensar que, transcurrido un cierto periodo de duelo, las partes puedan volver a conocer a otra persona con la que decidan emprender un nuevo rumbo en el ámbito sexo-afectivo. Este rumbo, en ocasiones, puede requerir un cierto trabajo personal de análisis con respecto a patrones que podamos haber adquirido en la última relación y que se puedan estar reflejando o repitiendo en la ahora existente (en función, por supuesto, de cómo fuera la relación previa y, también la ruptura).
Sin embargo, en la mayoría de ocasiones las personas sólo necesitamos un cierto periodo de adaptación para poder reencontrarnos con nuestro «yo» y conocer también las necesidades de la persona con la que comenzamos a compartir un vínculo.
De la misma forma, cuando existen hijos/as de relaciones anteriores, es lógico pensar que la situación se deba llevar con una delicadeza y una dedicación de tiempo ajustadas a sus características y necesidades, de forma que puedan adaptarse a la novedad de la mejor forma posible.
¿Cómo llevar este proceso?
Aunque pueda parecer evidente, no existe una respuesta «perfecta» para todos los casos, aunque intentaremos dar algunas recomendaciones genéricas que puedan ser de utilidad para la mayoría de ocasiones:
- Sé prudente con tus propios tiempos. Nadie va a juzgarte por las relaciones que inicies o decidas terminar, pero considera no presentar a todo el mundo a tus hijos/as. Ten en cuenta que ellos/as pueden también adquirir un tipo de vínculo con la otra persona y, si va a ser alguien «de paso», quizá podemos evitarles un duelo innecesario. Considera tomar la decisión de presentar a tu nueva relación cuando hayáis asentado con cierta claridad que tenéis un proyecto «sólido» (nadie puede saber lo que pasará mañana, pero que al menos haya una evidencia entre vosotros/as de compromiso con el vínculo).
- Comienza por actividades/planes distendidos (de exterior). Puedes llevarte a tus hijos/as al cine y plantearles después que te gustaría tomar un café con un amigo/a. De entrada, los encuentros más breves pueden facilitar la «digestión» del proceso a tus descendientes. Además, es algo menos invasivo empezar por un encuentro fuera de casa que, para ellos, va a ser comprendida como su lugar «seguro» y puede percibirse como una «invasión».
- Proponer alternativas de planes en los que se pueda incorporar la nueva pareja. De este modo, nuestros/as hijos/as vivirán la situación desde la sensación de poder elegir cuándo/cuánto se van a implicar con esa persona, de entrada desconocida.
- Hacer una actividad en casa. Una comida, una película, una cena… Que la persona pueda acudir, formar parte de una reunión familiar… Y marcharse después. El proceso de adaptación pasa porque los niños vean que esa figura se integra progresivamente en el núcleo de la familia, pero de forma respetuosa y asertiva.
Si necesitas ayuda para gestionar un proceso como éste, estamos aquí para ayudarte.